domingo, 8 de abril de 2018

El despertar de las máquinas

Hola, mi nombre es Frank Williams y soy un HSAA, o lo que se conoce vulgarmente hoy en día como un humano sin aptitudes aprovechables.
Cuando las máquinas llegaron todo eran risas, ya no había que deslomarse en almacenes cargando cajas o estar en una ventanilla cobrando el peaje. Se eliminaron trabajos malos que no quería nadie para desatar algo peor…un paro creciente que en breve superará el 70%.
Había muchas profesiones con las que ganarse la vida, solo había que levantarse temprano abrir un bar o una panadería y estar desde temprano preparando los manjares que se servirían el nuevo día. Pero no se puede competir con máquinas con autonomías de 24 horas y que cargan en 3. Lejos quedaron esos móviles que se descargaban con solo mirarlos.
La sociedad de hoy en día está compuesta por 3 tipos de personas: los HSAA que cobramos una pensión vitalicia de 600 euros (menos cuantos más miembros de familia haya) que somos los pobres, los muy ricos o personas que desarrollan profesiones aún útiles que no pueden ser sustituidas por robots como médicos, ingenieros o deportistas de élite (estos últimos son los que proporcionan el pan y circo) y por último los de humanidades y ciencias sociales gente del primer grupo que intenta salir de su condición de pobre con una idea: un buen libro, guionistas de series o  actores de teatro que con ese talento natural intentan mejorar su condición, ya que aún se desconoce la manera de imitar ideas, pensamientos o sentimientos.
La situación parece crítica pero cada día que pasa se pone peor, mucha gente existe aún que se dedica a la reparación de las máquinas o a inventar otras nuevas, aunque en breve esta gente podría quedar obsoleta ante la nueva revolución: robots creando robots, arreglando a otros o lo que es más sorprendente arreglándose a si mismos. Como aquella persona que se toma un paracetamol cuando le duele la cabeza sin ir al médico, pues ya se conoce y sabe como combatir ese mal, es de locos.
Como todos los viernes me dispuse a entrar en la cafetería de la ciudad, me pillaba a una hora de camino, y coger el transporte público era algo que se me salía del presupuesto (imaginaros ya tener un coche propio, que no conducir, pues con los coches autónomos de nueva gama con tan baja tasa de accidentes, el hecho de imaginarse un ser humano conduciendo es igual que un elefante entrando en una cacharrería). La peculiaridad de esta cafetería respecto a otras de mi zona para que me diera por hacer un viaje semejante era el toque humano, es decir, camareros y gente detrás de la barra cocinando, sirviendo y con ganas de interactuar con los clientes más allá del: “que desea” y el “gracias vuelva pronto”. No existían ya muchas y las que había generalmente eran de gente adinerada que se podía permitir tener a gente a su cargo y que además se sentía nostálgica por sentir una parte del pasado en su rutina.
Últimamente estaban ganando popularidad, sobre todo tras el reciente escándalo de aquel niño alérgico a la lactosa que por poco muere en su cumpleaños al llegar el robot con unos batidos que eran prácticamente leche pura, después de especificarle claramente la enfermedad del chico, pero es lo que pasa cuando el ingeniero programador no introduce todos los casos en la memoria del robot, que ante determinadas situaciones no responden con el sentido común de cualquier persona.
Estaba ya casi llegando, dando brincos de la emoción de poder tomarme un café calentito después de soportar el frío y el viento durante tanto rato, pero, al doblar la esquina, encontré un panorama desolador. La policía robótica estaba expulsando a los trabajadores y clientes del local y precintándolo todo con cinta.
Me acerqué a una de las camareras amiga mía y le pregunté:
-          Hola Kelly, ¿qué está pasando?
-          Hola Frank, veo que no has tenido oportunidad de ver el telediario aún ¿verdad?
-          Pues, lo cierto es que no. Ya sabes que los viernes vengo a tiro hecho según me levanto.
-          Resulta que finalmente se ha aprobado la nueva ley de regulación del trabajo, que dice que cualquier profesión realizada por robots queda prohibida de remuneración para cualquier humano, y que cualquiera que infrinja esta norma será penado de cárcel, así que podemos despedirnos del mundo tal como lo conocemos. Si es que alguien aún podía reconocer este mundo.
Otro cambio más, otro paso para las máquinas en su camino de construir y llevar el mundo gracias al empeño de los gobernantes.
-          No se aun lo que haremos Kelly, solo sé que unidos todos revertiremos la situación, Ypues han cometido el error de retar a una sangrienta partida al hombre que inventó el juego.
CONTINUARÁ………………