Suele ser común que en toda reunión familiar o al juntarse
grupos de amigos mayores de 20 que se acceda a un tema recurrente: trabajo y
estudios. Ya no solo para narrar anécdotas del día a día sino para decir a los
del bando contrario la suerte que tienen. Existe mucha gente contenta con lo
que hace, pero también hay quien está en la postura de: “valora lo que tienes
pues ya me gustaría estar en tu posición”.
Esto me lleva a una pregunta, que es mejor ¿trabajar o
estudiar? ¿Quién vive mejor? ¿Quién lo tiene más fácil? Por increíble que
parezca, en esta sociedad de blancos y negros en la que o tienes la razón
absoluta o te equivocas estrepitosamente, diré que TODOS y repito TODOS tienen
su parte de razón, dependiendo del prisma donde lo mires. Estos son los diferentes
casos que encontramos:
1) El trabajador que añora la vida de
estudiante: se le reconoce con frases como “los estudiantes que bien vivís”,
este tipo de personas tienen la particularidad de que o se tuvieron que poner
pronto a trabajar para ayudar a la familia o en su día no quisieron estudiar y
ahora se arrepienten. Está claro que la vida adulta es complicada, un horario
fijo, muchas horas fuera por un sueldo que en la mayoría de las veces no
justifica el sufrimiento y numerosos problemas que continúan ahí al llegar a
casa, desde el cuidado de los niños para los que los tengan o una avería
doméstica, lo que está claro es que nunca hay un respiro y al pensar en los
estudiantes se ve el concepto de estudiar un poco, aprobar, salir de fiesta con
los amigos, dormir mucho y de los problemas gordos ya se encargan papá y mamá.
Como dije al principio, tienen su parte de razón, pero depende del ejemplo en
el que te fijes la cosa puede cambiar y no ser tan bonita como aparenta sobre
el papel, y eso nos lleva al caso número 2.
2) El estudiante que desea trabajar:
suceso inverso, podemos encontrar varios tipos desde el estudiante joven menor
de 20 que odia estudiar y desea acabar la eso o cualquier módulo para empezar a
ganar su dinero y a vivir más independientemente o los estudiantes con carreras
muy exigentes que se alargan más de lo esperado debido a la dificultad y que
desean acabar y sentirse valiosos. Aquí podemos encontrar ingenieros, médicos,
gente preparándose oposiciones etc. La vida de estas personas no es tan
sencilla pues combina madrugones, muchas horas de clase y estudio y fines de
semana sin salir que luego en ciertos casos no se convierten en aprobados lo
que lleva a una enorme frustración. Hace una semana me encontré con un viejo
amigo que es ingeniero químico y que ya se encuentra trabajando, al preguntarle
si echaba de menos su época de estudiante me contestó con una mueca alegre: “para
nada, nunca me había sentido mejor”. En este caso las preocupaciones se quedan
en la oficina, no se vienen contigo a casa. Por lo que como dije antes, los del
punto 1 cuando quieran cambiarse los zapatos con los del punto 2….mejor que pregunten
con quien pues pueden salir peor parados de lo que están.
Y ya por no decir si comparamos con los del
punto 3.
3) El estudiante que a la par trabaja: son
los llamados héroes sin capa, personas por lo general que quieren mejorar su
formación pero que debido a que quieren un poco de independencia o que
necesitan el dinero para pagarse sus propios estudios o el alquiler se ven
obligados a solapar ambos mundos. En esta vida no se permite dormir mucho, se
hacen varias horas de viaje al día y en los ratos que deberían ser de descanso
hay que estudiar para recuperar el tiempo perdido. Los que tienen suerte, si
encuentran un trabajo que no les disguste demasiado, pueden desconectar durante
la jornada laboral, como aquel que va a correr media hora para despejar la
mente, pero si no, lo normal es irse desgastando poco a poco en la que la única
motivación para seguir es el dinero a final de mes o los aprobados. Si alguna
de estas cosas escasea puede ser devastador.
Y esto nos lleva al grupo número 4, quizás
el que tenga menos razones para quejarse y el que genera más odio.
4) Los “Viviendo el sueño”: podrían estar
en el grupo 1, pero tienen una particularidad y es que está compuesto por
personas de entre 21 y 23 años que han acabado la carrera, que logran encontrar
trabajo de lo suyo con un sueldo bastante decente y un horario para nada
explotado y lo más importante, que continúan viviendo en casa de los padres
colaborando mínimamente con los gastos o en algunos casos ni eso si la familia
resulta ser bastante pudiente.
Estos hechos no son los que generan odio,
es más, da gusto encontrar estudiantes brillantes con un gran futuro por
delante y que aún con la situación laboral que se está viviendo en España logran
sentirse realizados. El conflicto aparece cuando estas personas tratan de
victimizarse, podría haber usado quejarse, pero uso una más fuerte pues me
parece más adecuada ya que esta gente en ocasiones delante de los sufridores
del grupo 2 busca dar pena, buscan esa palmadita en la espalda de ánimo diciendo
cosas como: “a veces echo de menos estudiar, todo era más tranquilo”.
Como vengo diciendo en todo el artículo,
depende de cómo lo enfoques y su parte de razón tendrá, sin embargo, he visto a
varios conocidos quejarse de eso, a los que yo he visto en sus años mozos de
estudiantes y ahora trabajando y el cambio es abrumador.
Este es un ejemplo no muy exagerado de un
amigo tras una semana agotadora en el trabajo (izquierda) y la imagen del mismo amigo ahora tras una
semana de exámenes finales (derecha):
Esto es lo que pasa cuando las
preocupaciones de los estudios te acompañan a casa a diferencia de irte a tu
casa a descansar tras una jornada de 8 horas.
En resumen, todos tenemos derecho a
quejarnos, ninguna vida es perfecta y como ya se sabe el ser humano es
envidioso por naturaleza y tiende a desear aquello que no tiene, sin embargo,
creo que siempre es necesario un poco de autorreflexión antes de hablar y medir
las palabras según con quien se hable. Pues no es lo mismo decir “A veces
desearía estar sordo para evitar escuchar la cantidad de tonterías que se oyen
a diario” delante de tu grupo de amigos charlando un poco de todo a decirlo
delante de un grupo de niños sordomudos de nacimiento.